[Artículo publicado el 24/04/20 en Indicador de Economia]
Ya hace unos años que, como dicen los americanos, teníamos un elefante en la sala: la transformación digital. Y, seamos sinceros, no hemos hecho los deberes. Nada que no sepamos, que no nos hubieran avisado. Unos y otros nos hablan de la transformación por aquí, la transformación por allí. Y a veces da la sensación de que nadie sabe muy bien de qué se habla cuando se habla de transformación digital. Que si esto, que si aquello.
Y es que se confunde digitalizarse con transformarse digitalmente. Puede parecer lo mismo pero no es igual. Cambiar el ERP o incorporar un CRM no es transformarse digitalmente. Trabajar sin papeles tampoco es transformarse digitalmente. Hagámoslo, porque tenemos niveles de productividad demasiado bajos. Todo esto es genial pero pertenece al terreno de la eficiencia, de la digitalización de los procesos. Pero no al de la transformación digital.
Para mí la transformación digital impacta en la empresa, sobre todo, de tres formas posibles: en mejorar como se entrega valor al cliente, en las oportunidades de crear nuevos productos / servicios o en la identificación de nuevas oportunidades para generar ingresos. Lisa y llanamente.
Y, desde luego, una vez hecho este análisis habrá un impacto altísimo en los procesos y sobre todo en las personas. Como en todo cambio. Transformarse digitalmente también pide incorporar nuevas formas de relación y cooperación en las empresas. Nuevos estilos de liderazgo, más impulsores que controladores. Más inspiradores que dictadores. Más democracia que jerarquía. No por capricho, no por buenismo. Hagámoslo porque en esta nueva era que se vislumbra es necesario contar con todo el talento de que seamos capaces. Y para poder lucir mejor el talento no quiere ser mandado, quiere ser inspirado. El líder que está pendiente del último detalle y no deja aire para respirar no tiene cabida en una organización más descentralizada, que trabaja de forma asíncrona y que tiene que cambiar de forma ágil a cada paso.
Porque esto también va de agilidad. De ser hábiles para llevar innovaciones al mercado lo más rápido posible. Y lo más rápido posible aprender de los errores. Y rectificar, y volver a insistir enseguida.
Tengamos pues organizaciones ágiles, rápidas. Mejor hecho que perfecto. No nos podemos permitir ya pasar años distraídos de charla en charla pensando que sí, que esto es muy interesante y que ya veremos. Ahora sí que ya no hay tiempo. La economía ha entrado en pausa y nadie sabe bien cómo quedará de afectada. Los clientes de nuevo han cambiado y lo están haciendo en unas circunstancias muy especiales y difíciles. Cuanto más rápidamente sepamos ir reaccionando mejor nos irá.
Hemos perdido unos años muy valiosos en los que no hemos hecho los deberes, pensando que esto llegaría algún día y que tendríamos tiempo de adaptarnos. Y, mira tú por dónde, ha venido un virus a revolverlo todo. Ahora necesitaremos ir mucho más allá y con cierta urgencia.
Sin embargo la transformación digital puede ser todavía una oportunidad para muchas empresas, especialmente aquellas menos impactadas por el efecto del COVIDIEN-19. La transformación digital no es una varita mágica para solucionar los problemas de cualquiera. Los negocios que tengan una alta dependencia de la presencialidad en la entrega de sus productos / servicios seguramente son los que más van a sufrir a corto plazo. Pero sí es una alternativa para tener un modelo industrial moderno, ágil y competitivo en una economía llena de incertidumbres.
De las crisis no necesariamente salen oportunidades pero sí son un buen momento para repensarlo todo. Todo.
Y puestos a repensar, pongamos la mirada en 2030, no en 2010.
Foto destacada de davisco en Unsplash