[Artículo publicado el 13/11/20 en Indicador d’Economia]

Este último octubre el Foro Económico Mundial publicó su informe anual sobre el futuro del trabajo y, como siempre, ofrece información muy valiosa que ayuda a vislumbrar el futuro más inmediato. Como no podía ser de otra manera el informe hace referencia a la pandemia y el impacto que ha tenido la tecnología en el mundo empresarial. La adopción generalizada de tecnología es un hecho: big data, cloud computing y e-commerce son las máximas prioridades para los directivos. Ninguna sorpresa. Pero a estas tendencias, que vienen de lejos, se les ha añadido ahora la aceleración en la automatización de tareas provocada por la pandemia.

Se calcula que hacia el 2025, pasado mañana, el tiempo dedicado al trabajo por máquinas y personas ya estará repartido al 50% en un proceso irreversible. El informe indica que el 34% de las empresas encuestadas tiene previsto aumentar su plantilla para incorporar perfiles cualificados que puedan gestionar este nuevo entorno más sofisticado y lleno de posibilidades.
En cambio el 43% de las empresas tiene una intención clara e inmediata de reducir la plantilla de trabajadores debido a la integración de tecnología en sus procesos. Y esto nos lleva a una reflexión que las empresas deben hacer con cierta urgencia.
Y no sobre va sobre tecnología, va sobre personas.

Tradicionalmente el mundo del trabajo había seguido una trayectoria lineal y con un ascensor social que funcionaba. El habitual y muy transitado recorrido se hacía empezando por una base de estudios, la especialización y la escalada progresiva hasta llegar a cierta responsabilidad en un ámbito determinado. Pero eso ya hace tiempo que no es así y la pandemia no ha hecho más que acentuarlo.

Actualmente los profesionales ya no siguen trayectorias nítidas, lineales y aseguradas. En cambio, en medio de la carrera profesional muchos deben pivotar entre trabajos de características radicalmente diferentes que requieren una gran reconversión y, de nuevo, un tiempo de perfeccionamiento para adquirir las habilidades necesarias. Estos cambios son críticos para la persona que los tiene que experimentar, demasiado a menudo son roturas en la carrera profesional que pueden llegar a ser traumáticas y con duras consecuencias personales. Pero, ojo, al final también son perjudiciales para las empresas. Conseguir que las personas puedan realizar importantes cambios en sus carreras profesionales y, a la vez, conservar su competitividad es un reto que ya tenemos sobre la mesa El éxito de estas empresas también dependerá directamente de su grado de consecución y adaptación a los cambios. Hacer que los puestos de trabajo estén ocupados por personas poco o nada cualificadas para la tarea es el camino más rápido a una endémica baja productividad.

Y a la vez hay un principio que hace tiempo que está en discusión: la idea de que la empresa está, sólo, para dar beneficios al accionista. El trabajo no puede ser una máquina de quemar personas como cerillas, esta idea debe quedar definitivamente obsoleta y rechazada. Velar por el valor económico es irrenunciable, pero también lo debe ser hacerlo con cierta responsabilidad. Necesitamos nuevos liderazgos que aspiren a un equilibrio entre el necesario rendimiento económico y el valor de las personas. Que apueste por dar sentido y propósito en el trabajo y proporcione un entorno de consecución y desarrollo personal.
Nos va el futuro.

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