por Agustí López | Dic 23, 2020 | Estrategia, Indicador Economia, Innovación
[Artículo publicado el 16/12/20 en Indicador d’Economia]
El 13 de marzo, apenas hace ahora 9 meses, se decretaba el estado de alarma y con él empezó la carrera por el teletrabajo. Comedores convertidos en aulas y cocinas en salas de reuniones dieron forma a, esta sí, la nueva realidad. La frase tendencia ya es «¿me oís?» o mejor aún «os veo, pero no os oigo«. El más resistente a los cambios hizo un máster en videollamadas. Zoom, Teams y, incluso Jitsi o Slack forman parte de nuestro nuevo vocabulario. Y todo ello acompañado de wifis raquíticas, niños aburridos en un mundo paralelo y una extraña mezcla de comodidad y estrés doméstico.
Porque otra cosa que hemos tenido que aprender es que trabajar desde casa tiene muchas ventajas y, no hace falta decirlo, algunos inconvenientes. Entre otros esa sensación de que no se acaba de desconectar nunca del trabajo. Porque el mismo entorno laboral, la mesa de trabajo, también es la mesa donde se come, donde se juega, se toma café o se pliega la ropa. Tan importante es saberse concentrar en un entorno diseñado especialmente para el descanso y el esparcimiento como saber cortar a tiempo y separar física y mentalmente el trabajo de las cuestiones personales. Ahora ya sabemos que las videollamadas provocan tensión, no son tan naturales como los encuentros físicos y que no basta con ponerse unos auriculares para sentirse en el trabajo.
Pero superado el periodo de adaptación exprés son muchas las organizaciones y personas que se han abierto al teletrabajo de una forma más o menos deseada. Y es que, no hay que negarlo, ambas partes pueden salir ganadoras. Los trabajadores desde casa porque les puede resultar más fácil conciliar el trabajo con su vida personal y vivir más cómodamente. Ya no hay que perder tiempo en los desplazamientos al lugar de trabajo, las pausas para comer o tomar un café pueden ser condensadas a gusto de cada uno y a menudo nuestro es más confortable que la mayoría de oficinas. Para muchos puestos de trabajo ya no es tanto crítico estar a una hora determinada y la tan pedida flexibilidad horaria ha llegado a organizaciones que eran muy resistentes.
Esto da mucha capacidad de organización del trabajo a la persona en la ausencia de la presencialidad que tantas prendas conlleva. Aquello de «¿tienes dos minutos?» estando en casa es mucho más difícil que se produzca. Por lo tanto se hace más necesario disponer de mecanismos de comunicación digitales pero también asíncronos para favorecer el incremento de productividad y superar los errores históricos y sistémicos de muchas empresas. Trabajar desde casa no puede ser enlazar una videollamada tras otra reproduciendo en digital los errores del físico. Y no sólo eso, sino que se hace imprescindible disponer de herramientas de registro y seguimiento de los diferentes proyectos que permitan, de verdad, tener los equipos de trabajo en cualquier punto. Y desde este punto de vista, admitámoslo, todo son mejoras. Sabíamos que esto tenía que llegar, pero nadie había previsto esta velocidad de cambio.
Se nos abre la puerta, incluso, a una nueva organización urbanística y territorial. Ya no sería necesario vivir tan cerca de los principales focos empresariales ni de las grandes ciudad. Y esto conlleva un posible nuevo equilibrio muy interesante y que apenas se vislumbra.
Pero, cuidado. Esto también abre otra grande y global puerta. Las empresas ya no tendrán la necesidad de contratar talento a pocos kilómetros de distancia.
Tampoco esto es nuevo, hace muchos años que las empresas pueden contratar servicios en países con costes salariales mucho más bajos como, por ejemplo, India, Bulgaria o Israel. La producción industrial, no hace falta decirlo. Desde hace unas décadas que ya hemos visto como algunas industrias trasladaban los centros productivos buscando una continua rebaja de costes.
Pero, ojo, los trabajadores del conocimiento no están exentos de esta nueva corriente. También muchas otras profesiones como, por ejemplo, diseñadores gráficos, desarrolladores web, analistas de datos o asistentes virtuales forman parte de un creciente ejército de profesionales que prestan servicios a cualquier empresa del mundo occidental desde países con costes estructurales mucho más bajos. Tan bajos como a menudo lo son sus derechos laborales y, no hace falta decirlo, sociales.
Una vez acostumbrados y adaptados a tener los equipos de trabajo en remoto, sin reunirse físicamente casi nunca, ¿quí impide seguir mirando más lejos y contratar trabajos en la otra punta del mundo? Nada. Sólo la ética de generar valor cerca del lugar donde está la empresa puede poner freno a una nueva ola de globalización, mucho más discreta. Y ya sabemos qué pasa cuando lo fiamos todo a la ética.
Para muchos profesionales y freelance la nueva competencia ya no hablará su lengua ni vivirá en su país. Las nuevas redes de relación ya no estarán tan basadas en la proximidad, la costumbre y cierta trayectoria social y, en cambio, se volverán más superficiales e inestables.
En el futuro, pues, los profesionales deberán ocuparse aún más de su marca personal, la actualización continua de conocimientos y habilidades y una especialización fuera de duda que genere como mayor valor añadido posible.
Foto destacada de Standsome Worklifesytle en Unsplash
por Agustí López | Nov 16, 2020 | Estrategia, Indicador Economia, Innovación
[Artículo publicado el 13/11/20 en Indicador d’Economia]
Este último octubre el Foro Económico Mundial publicó su informe anual sobre el futuro del trabajo y, como siempre, ofrece información muy valiosa que ayuda a vislumbrar el futuro más inmediato. Como no podía ser de otra manera el informe hace referencia a la pandemia y el impacto que ha tenido la tecnología en el mundo empresarial. La adopción generalizada de tecnología es un hecho: big data, cloud computing y e-commerce son las máximas prioridades para los directivos. Ninguna sorpresa. Pero a estas tendencias, que vienen de lejos, se les ha añadido ahora la aceleración en la automatización de tareas provocada por la pandemia.
Se calcula que hacia el 2025, pasado mañana, el tiempo dedicado al trabajo por máquinas y personas ya estará repartido al 50% en un proceso irreversible. El informe indica que el 34% de las empresas encuestadas tiene previsto aumentar su plantilla para incorporar perfiles cualificados que puedan gestionar este nuevo entorno más sofisticado y lleno de posibilidades.
En cambio el 43% de las empresas tiene una intención clara e inmediata de reducir la plantilla de trabajadores debido a la integración de tecnología en sus procesos. Y esto nos lleva a una reflexión que las empresas deben hacer con cierta urgencia.
Y no sobre va sobre tecnología, va sobre personas.
Tradicionalmente el mundo del trabajo había seguido una trayectoria lineal y con un ascensor social que funcionaba. El habitual y muy transitado recorrido se hacía empezando por una base de estudios, la especialización y la escalada progresiva hasta llegar a cierta responsabilidad en un ámbito determinado. Pero eso ya hace tiempo que no es así y la pandemia no ha hecho más que acentuarlo.
Actualmente los profesionales ya no siguen trayectorias nítidas, lineales y aseguradas. En cambio, en medio de la carrera profesional muchos deben pivotar entre trabajos de características radicalmente diferentes que requieren una gran reconversión y, de nuevo, un tiempo de perfeccionamiento para adquirir las habilidades necesarias. Estos cambios son críticos para la persona que los tiene que experimentar, demasiado a menudo son roturas en la carrera profesional que pueden llegar a ser traumáticas y con duras consecuencias personales. Pero, ojo, al final también son perjudiciales para las empresas. Conseguir que las personas puedan realizar importantes cambios en sus carreras profesionales y, a la vez, conservar su competitividad es un reto que ya tenemos sobre la mesa El éxito de estas empresas también dependerá directamente de su grado de consecución y adaptación a los cambios. Hacer que los puestos de trabajo estén ocupados por personas poco o nada cualificadas para la tarea es el camino más rápido a una endémica baja productividad.
Y a la vez hay un principio que hace tiempo que está en discusión: la idea de que la empresa está, sólo, para dar beneficios al accionista. El trabajo no puede ser una máquina de quemar personas como cerillas, esta idea debe quedar definitivamente obsoleta y rechazada. Velar por el valor económico es irrenunciable, pero también lo debe ser hacerlo con cierta responsabilidad. Necesitamos nuevos liderazgos que aspiren a un equilibrio entre el necesario rendimiento económico y el valor de las personas. Que apueste por dar sentido y propósito en el trabajo y proporcione un entorno de consecución y desarrollo personal.
Nos va el futuro.
Foto destacada de Eri J. en Unsplash
por Agustí López | Oct 6, 2020 | Entradas, Indicador Economia, Innovación
[Artículo publicado el 9/10/20 en Indicador d’Economia]
Ahora que se vislumbra la definitiva convivencia con las tres M (metros, manos y mascarilla). Ahora que sabemos que la vacuna y la tierra prometida tardarán en llegar. Ahora que sabemos que 2021 se parecerá bastante a la segunda parte de 2020. Ahora que sabemos que el futuro no será como el pasado añorado. Ahora que ya sabemos donde estamos.
Ahora. Ahora es el momento de hacer las pruebas, de explorar nuevos caminos e innovar lo más rápido de lo que seamos capaces. De prepararnos para lo que vendrá después de este intervalo de duración todavía indeterminada donde todo parece más extraño y temporal. Y es que se ha instalado una cierta sensación de provisionalidad que invito a aprovechar por la vía urgente.
Todos entendemos ciertamente que las organizaciones están intentando adaptarse lo mejor que pueden y saben. Y, en general, disculpamos las inconveniencias que esto provoca por aquello de «es lo que hay» o mejor «con esto hemos de convivir». ¡Y aquí precisamente es donde se abre una rendija fantástica!
¿Qué mejor momento que este para probar ese nuevo servicio digital? ¿Por qué no probar a cambiar nuestros procedimientos y dotarnos de más flexibilidad? ¿Cómo no hacer un piloto con ese programa tanto prometedor para encontrar nuevos clientes potenciales? ¿Quién ha dicho que no podemos hacer una prueba de mercado con un nuevo segmento de clientes hasta ahora arriesgado e incierto?
¿Qué nos impide probar y probar? ¿El fracaso? Nos costará volver a tener un periodo como éste en el que, tal vez más que nunca, el error está permitido, aceptado e incluso aplaudido. Si vamos de cara, con transparencia y honestidad nos encontraremos unos clientes más que dispuestos a aceptar nuevas propuestas, nuevas formas de relacionarnos y originalidad en nuestros intentos. Y lo más importante de todo, dispuestos a aceptar que no somos perfectos, que no lo tenemos todo medido y que, nosotros también, somos exploradores de los nuevos tiempos.
No me estoy refiriendo a una innovación pesada, lenta, costosa y poco efectiva. Me estoy refiriendo a exploraciones ágiles y rápidas del terreno de lo desconocido. A incursiones en pequeños pelotones que sepan medir resultados y devolver información de calidad a la organización. Información de primera mano sobre los clientes, sus nuevos usos de nuestros productos y servicios, su reacción ante las nuevas propuestas de digitalización y, sobre todo, la identificación de nuevas oportunidades.
¿Por qué?, se preguntará alguien. Porque tanta exploración y ganas de cambio?
Muy sencillo. Pues porque cuando nos podremos librar de la puñetera mascarilla nadie entenderá que no hayamos aprovechado el tiempo para reinventarnos y ofrecer propuestas ajustadas a los cambios que se habrán consolidado como definitivos.
Foto destacada de Andrew Neel en Unsplash
por Agustí López | Abr 24, 2020 | Entradas, Indicador Economia, Innovación, Transformación digital
[Artículo publicado el 24/04/20 en Indicador de Economia]
Ya hace unos años que, como dicen los americanos, teníamos un elefante en la sala: la transformación digital. Y, seamos sinceros, no hemos hecho los deberes. Nada que no sepamos, que no nos hubieran avisado. Unos y otros nos hablan de la transformación por aquí, la transformación por allí. Y a veces da la sensación de que nadie sabe muy bien de qué se habla cuando se habla de transformación digital. Que si esto, que si aquello.
Y es que se confunde digitalizarse con transformarse digitalmente. Puede parecer lo mismo pero no es igual. Cambiar el ERP o incorporar un CRM no es transformarse digitalmente. Trabajar sin papeles tampoco es transformarse digitalmente. Hagámoslo, porque tenemos niveles de productividad demasiado bajos. Todo esto es genial pero pertenece al terreno de la eficiencia, de la digitalización de los procesos. Pero no al de la transformación digital.
Para mí la transformación digital impacta en la empresa, sobre todo, de tres formas posibles: en mejorar como se entrega valor al cliente, en las oportunidades de crear nuevos productos / servicios o en la identificación de nuevas oportunidades para generar ingresos. Lisa y llanamente.
Y, desde luego, una vez hecho este análisis habrá un impacto altísimo en los procesos y sobre todo en las personas. Como en todo cambio. Transformarse digitalmente también pide incorporar nuevas formas de relación y cooperación en las empresas. Nuevos estilos de liderazgo, más impulsores que controladores. Más inspiradores que dictadores. Más democracia que jerarquía. No por capricho, no por buenismo. Hagámoslo porque en esta nueva era que se vislumbra es necesario contar con todo el talento de que seamos capaces. Y para poder lucir mejor el talento no quiere ser mandado, quiere ser inspirado. El líder que está pendiente del último detalle y no deja aire para respirar no tiene cabida en una organización más descentralizada, que trabaja de forma asíncrona y que tiene que cambiar de forma ágil a cada paso.
Porque esto también va de agilidad. De ser hábiles para llevar innovaciones al mercado lo más rápido posible. Y lo más rápido posible aprender de los errores. Y rectificar, y volver a insistir enseguida.
Tengamos pues organizaciones ágiles, rápidas. Mejor hecho que perfecto. No nos podemos permitir ya pasar años distraídos de charla en charla pensando que sí, que esto es muy interesante y que ya veremos. Ahora sí que ya no hay tiempo. La economía ha entrado en pausa y nadie sabe bien cómo quedará de afectada. Los clientes de nuevo han cambiado y lo están haciendo en unas circunstancias muy especiales y difíciles. Cuanto más rápidamente sepamos ir reaccionando mejor nos irá.
Hemos perdido unos años muy valiosos en los que no hemos hecho los deberes, pensando que esto llegaría algún día y que tendríamos tiempo de adaptarnos. Y, mira tú por dónde, ha venido un virus a revolverlo todo. Ahora necesitaremos ir mucho más allá y con cierta urgencia.
Sin embargo la transformación digital puede ser todavía una oportunidad para muchas empresas, especialmente aquellas menos impactadas por el efecto del COVIDIEN-19. La transformación digital no es una varita mágica para solucionar los problemas de cualquiera. Los negocios que tengan una alta dependencia de la presencialidad en la entrega de sus productos / servicios seguramente son los que más van a sufrir a corto plazo. Pero sí es una alternativa para tener un modelo industrial moderno, ágil y competitivo en una economía llena de incertidumbres.
De las crisis no necesariamente salen oportunidades pero sí son un buen momento para repensarlo todo. Todo.
Y puestos a repensar, pongamos la mirada en 2030, no en 2010.
Foto destacada de davisco en Unsplash
por Agustí López | Mar 16, 2020 | Creatividad, Entradas, Indicador Economia, Innovación
[Artículo publicado el 16/3/2020 en Indicador de Economia]
A las empresas nos cuesta pensar. Será por nuestra cultura empresarial, por las prisas, o por todo un poco. El día a día nos come, no nos deja margen a la creatividad y la innovación. Somos más de acción que de reflexión. Y lo necesitamos, ahora más que nunca. Estamos en una era de transformación en muchos sentidos. Una era que nos exigirá revolver los modelos de negocio, definir nuevos servicios y productos e incluso identificar nuevos mercados. De modo que con ir haciendo no habrá suficiente. Nos harán falta ideas disruptivas, ideas rompedoras con lo establecido que nos permitan ir mucho más allá. Necesitaremos crear nuevas soluciones, nuevas líneas de trabajo, nuevos proyectos. Crear a partir del talento, de las ideas. Crear para innovar.
Cuando pido a un grupo de profesionales si se consideran creativos os podéis imaginar las respuestas. Primer mito a desmontar: ser creativo no es ser artista. Creativos somos todos. O podemos ser. Tener ideas está sobrevalorado. Con esto no quiero decir que las ideas no tengan valor, al contrario! Pero no son un elixir reservado a cuatro privilegiados. De ideas, buenas o malas, tenemos todos. Todos sin excepción. Así que mira a tu alrededor y observa la cantidad de buenas ideas que se están perdiendo escondidas en «no, yo es que no soy una persona creativa».
Si eres de aquellas personas que tiene buenas ideas en la ducha, haciendo deporte o escuchando música tengo noticias para ti. Nos pasa a casi todos. Es normal. Lo que no es normal es tener ideas en una sala gris, con luz artificial y con el único sonido de los fluorescentes. La innovación es creatividad aplicada y para poder aplicar creatividad necesitamos docenas de ideas, quizás cientos. La calidad va precedida de la cantidad. De modo que si el procedimiento que se aplica en tu casa es abrir las libretas, miraros las caras y esperar que la magia suceda yo iría cambiando de táctica.
Para tener grandes ideas a implementar es necesario primero ir dos pasos atrás. En primer lugar debemos aprender a hacernos las preguntas correctas, a saber plantear los problemas como retos. Lo que hacemos habitualmente para generar ideas es listar los problemas, enunciarlos. Pero enunciar un problema no es formular una pregunta. Esto simplemente lo describe, lo deja sobre la mesa y puede crear incluso situaciones incómodas. Enunciar un problema es identificar los problemas del enfermo, pero no hacer un diagnóstico del mejor tratamiento. La pregunta debe ser el bisturí que abre el camino, no la constatación de algo a resolver.
En cambio, una mirada al problema como un reto a solucionar cambia la predisposición del equipo en su compromiso para encontrar una solución. Pasar del «Sí, pero …» en «Y si …?» puede ser verdaderamente rompedor. Cambiar las opiniones jerárquicas por participaciones democráticas. Pasar de la discusión en el intercambio de propuestas. Visualizar pensamientos en lugar de confrontar opiniones.
Pero después debemos saber aplicar técnicas para explorar los retos y generar ideas. Muchas. Muchísimas. Y aquí es donde a menudo fallamos. En generar ideas de forma masiva. Seguro que todo el mundo conoce la lluvia de ideas pero más allá de eso hay miles de técnicas posibles. Si no sabéis por dónde tirar podéis realizar una sencilla búsqueda en Google y encontraréis miles de hilos por donde seguir. Un buen punto para empezar son los libros «Game Storming» o el ya clásico «Thinkertoys». Para generar soluciones verdaderamente disruptivas necesitamos crear un clima creativo suficientemente rompedor y fuera de lo previsto. Si siempre hacemos las mismas cosas no es de extrañar que obtengamos resultados similares.
Después ya vendrán los filtros. Las evaluaciones, los análisis de rendimiento y viabilidad. Y aquí ya veremos cuál de los cientos de ideas será la que salga adelante en forma de proyecto. Porque de eso se trata, de generar proyectos disruptivos. Tener ideas para tener ideas es inútil, no nos aporta nada. Las personas que marcan la diferencia no son las que tienen ideas, ideas tiene todos. Las quienes marcan la diferencia son aquellas que son capaces de seguir todo el proceso e implementar proyectos.
Sí a la acción. Pero antes pongamos la inteligencia y la creatividad.
Foto destacada de Danielle Maclnnes en Unsplash
por Agustí López | Ene 15, 2020 | Entradas, Innovación
Tal vez sea porque en esta vida me he llevado ya un buen puñado de decepciones. Y no me quejo. Si hago balance en lo vivido hasta ahora he tenido muchos más momentos de éxito que de fracaso.
Tal vez sea porque se me levanta una ceja ante las frasecitas de Mr. Wonderful. Soy más fan de Mr. Puteful, la verdad. Frases como «Sonríe, nada tiene tanta gravedad» o «si te esfuerzas no habrá sueño que se te resista» no son para mí.
Pero si algo he aprendido es que poner toda la carne en el asador a menudo no basta. Que querer no es poder. Es una condición necesaria pero no suficiente. Querer es lo que abre la puerta a poder. Y luego viene el contexto, las circunstancias, el azar, todo lo demás.
En cambio, me da la impresión que el fracaso es algo de lo que cuesta hablar, ya no digo admitir. Cada vez se hace más presente este marco mental entre cierto tipo de emprendedores en el que el fracaso parece que no forme parte de las posibilidades. Como si fuese algo inadmisible, improbable. Como si la determinación hacia el éxito automáticamente elimina cualquier tipo de contratiempo. Y mira, pues no.
Estoy pensando, por ejemplo, en todos esos que asumen las pérdidas multimillonarias como algo normal. Lo siento, pero las cosas no son así. Perder dinero a cientos de millones no es lo normal. Puede ser el camino a algo mayor y rentable, sé de sobra de qué va. Pero también puede ser un fracaso monumental de consecuencias nefastas para todos los implicados. Hemos visto proyectos con montones de talento, buenas personas y recursos suficientes y aún así fracasaron. Así que alerta, porque esa posibilidad existe y está ahí, agazapada.
Muy a menudo este mantra se completa con la idea «no se fracasa, se triunfa o se aprende». Error. Fracasar es fracasar, y ya. Si eres listo puede ser que aprendas, pero tampoco es mandatario. Demasiadas veces se atribuye el fracaso a terceros, al entorno, a los tiempos. Pero chico, ¡cómo cuesta asumir que te has equivocado!
Que esa decisión estratégica la tomaste a ciegas, sin escuchar. Que no te habías preparado lo suficiente. Que escogiste malos compañeros de viaje. Que no supiste leer las señales. Que te cegó la ambición. Que te mataron las prisas. Que te perdiste en los detalles. Que procrastinaste más de lo que deberías.
Así que voy a intentar poner blanco sobre negro, por lo menos en mis pensamientos.
Un fracaso sucede cuando el resultado no es el esperado, cuando no se cumplen las expectativas. Cuando los proyectos se vienen abajo, cuando todo aquello que habías visualizado se desvanece.
¿Se aprende de los fracasos?
Bueno, pues depende de ti. Puede que sí o puede que no.
Si eres capaz de darte cuenta de los múltiples errores que ayudaron a fracasar vas a acumular aprendizaje, sin duda. Echar la vista atrás no es inútil. Al contrario, te puede servir para ver todo lo que hiciste mal y pudiste hacer mejor. No digo que todos los errores sean tuyos. Relájate, tú no controlas el universo entero. Pero sí está en tus manos ser cada día un poco mejor. Trabaja por tu 1% diario de mejora y tu margen de incertidumbre se irá reduciendo.
Pero si lo único que aplicas es una psicología de avestruz lo más probable es que seas un mono con cuchillos. El fracaso no es motivo para esconderse, a no ser que seas tan idiota como para no admitir tus errores y darte cuenta de cómo no repetirlos.
La clave como te digo es el aprendizaje. Crear, innovar, ir más allá implica acertar cierto grado de incertidumbre hacia lo desconocido. Así que toma ese viaje con los cinco sentidos para aprender todo lo que puedas, ajusta la mirilla y sigue adelante todo lo mejor que puedas.
Y recuerda, no somos máquinas perfectas ni completas. Ni dominamos el caos. La complejidad es la madre de la incertidumbre. Podemos intentar reducir los márgenes de error, pero forma parte de nosotros. Así que vive con determinación, pero también con aceptación que el fracaso forma parte del proceso. Que te sirva o no depende solo de ti.
Foto destacada en Unsplash de Nathan Dumlao