por Agustí López | Ene 21, 2022 | Entradas, Estrategia, Indicador Economia, Indicador Economia
[Artículo publicado el 17/1/22 en el Indicador d’Economia]
Después de casi 100 años de mediocridad en el mundo del ciclismo Gran Bretaña se propuso darle la vuelta a la situación. Y es que en 110 años ningún ciclista inglés había logrado ganar el Tour de Francia. Para conseguirlo contrataron a un nuevo entrenador, Dave Brailsford. Cinco años más tarde, el equipo ciclista de los ingleses dominó las pruebas en Tokyo 2008 donde ganaron el 60% de las medallas. No sólo eso, sino que Bradley Wiggins y Chris Froome han ganado el Tour varias veces después de eso. ¿Qué había pasado? ¿Cuál era el revolucionario, y casi mágico, método que había logrado el milagro? Pues el secreto de la salsa, explicado por el propio Brailsford, está en aislar a todos y cada uno de los pequeños aspectos del ciclismo (¡que son muchísimos, hay que llegar al detalle!) y aplicar mejoras del 1% continuamente. Lo que parece una cifra ridícula termina provocando un cambio radical y determinante. Cualquiera que conozca el efecto del interés compuesto lo entenderá enseguida. 1%, quedémonos con este dato por el momento.
El cambio de año, al igual que el final del verano o el día del cumpleaños, es un momento que muchas personas utilizan para reflexionar sobre el futuro y hacer planes. Planes, objetivos, deseos de cambio y mejora. Si preguntas a cualquier persona qué quiere pedirle al nuevo año casi seguro que la gran mayoría pedirá mejorar algo. Su salud, el cuidado que tiene de su cuerpo, más tiempo con aquellos a los que ama, mejorar su situación profesional o simplemente disfrutar más de la vida. Seguro.
Lo que ya no está tan claro es qué hacer en concreto para conseguirlo. Y es de ahí de donde llora la criatura. Porque es que una cosa es poner un objetivo y otra muy diferente tener claro cómo conseguirlo. Por ejemplo, después del atracón continuo de las últimas semanas seguro que más de uno se ha propuesto ponerse, ahora sí, en forma. Porque claro, no puede ser, bla bla bla. ¿Pero cómo se hace? La solución la sabemos todos: sobre todo comer mejor y hacer deporte. Pero chico, cómo cuesta. Y nos cuesta cambiar porque tenemos los malos hábitos grabados a fuego en nuestro cerebro.
Y es que hay todavía mucha distancia entre aquella realidad que deseamos y cómo formulamos el cambio necesario. Ni que decir tiene que en el terreno profesional nos pasa exactamente lo mismo. El cambio no depende sólo de que se tomen decisiones, sino de que éstas sean debidamente implementadas con el compromiso general imprescindible que conllevan a menudo. Sin embargo todos conocemos ejemplos donde no se han conseguido los resultados por más que se había marcado un objetivo concreto e incluso un detallado plan de acción. Uno de los motivos, sin duda, es la terrible resistencia que tenemos al cambio y cómo nos cuesta cambiar las costumbres, los hábitos, la forma de hacer.
Un hábito no deja de ser algo que repetimos de forma habitual, casi automática y sin prácticamente pensarlo. Lo hacemos continuamente, en todo momento. Y es bueno que así sea, es una forma que tiene nuestro cerebro de ahorrar esfuerzo. Si tuviéramos que responder a la enorme cantidad de estímulos que tenemos continuamente nuestra conducta sería caótica. Es por eso que nuestro cerebro suele desarrollar pequeños automatismos que responden ante un determinado estímulo. Así es que tenemos hábitos que nos ayudan, que son positivos, pero otros que nos perjudican claramente. Que si los eliminamos viviremos mejor.
Pondremos algunos ejemplos sencillos, pero que todo el mundo puede entender. ¿Qué has hecho al conectar el móvil esta mañana? Esto es un hábito. ¿Cómo convocas las reuniones? Esto también lo es. Y también lo es la forma en que respondemos a nuevas propuestas, de qué manera reaccionamos al reconocimiento o si abrimos más temas de los que cerramos. Todo esto, y muchísimo más son hábitos que nos ayudan continuamente y que, por supuesto, condicionan nuestra conducta y finalmente, nuestros resultados. La buena noticia es que los hábitos pueden modificarse, no son innatos. La mala noticia es que cambiarlos es duro. Mucho. Cualquiera que haya probado a dejar de fumar, por poner un ejemplo de los difíciles, sabe de qué hablamos.
Y es en este proceso de cambio donde muchas personas se equivocan y terminan fracasando. Porque la clave no está en hacerse propuestas ambiciosas, ni en marcarse una planificación detallada. La clave que marca la diferencia está en crear nuevos sistemas, nuevos procesos que acaben favoreciendo el cambio de hábito. Al final del camino, tenemos lo que repetimos. Un corredor que quiera tener grandes resultados no deja de entrenar porque la carrera ha terminado, esto sería fijarse sólo en el objetivo. Sin embargo, con la teoría del 1% no se trata tanto de marcarse grandes objetivos, que también se puede, como de ir introduciendo pequeños hábitos que provoquen la transformación total. No es cuestión de marcarse un número concreto de libros a leer, otro ejemplo, sino de convertirnos en lectores.
Y para ello necesitamos procesos, hábitos al final del camino, que nos ayuden. Por ejemplo, un cambio podría empezar por un ciclo parecido a: después de prepararme para dormir, inmediatamente me pongo a leer unos minutos. O otro; en cuanto suene mi teléfono, respiraré a fondo y sonreiré un momento. Empieza por cosas simples, aparentemente sencillas y sin demasiadas complicaciones. Recuerda, un 1% acumulado puede provocar un cambio determinante en tu vida.
Todo esto está perfectamente descrito en un libro fundamental si eres de quienes a principios de año se propone cambios: Hábitos atómicos, de James Clear. Si no lo conoces, esta tarde pasa por tu librería de confianza y pídelo. Y si lo conoces, un repaso seguro que te recuerda cuál es el camino correcto para el cambio. ¡Buen año!
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por Agustí López | Nov 10, 2021 | Entradas, Estrategia, Indicador Economia, Indicador Economia
[Artículo publicado el 8/11/2021 en el Indicador d’Economia]
La pandemia nos ha dejado una retahíla de cambios en nuestro día a día en el trabajo. Más allá de las mascarillas, las formaciones online, reuniones para videollamada y congresos virtuales forman parte ya del paisaje habitual. Eso por no hablar del teletrabajo. Algunas empresas han aprovechado para realizar un cambio definitivo y abrazar el trabajo en remoto. Otros, todo lo contrario, ya han hecho volver a todo el mundo al centro de trabajo. Y muchas están eligiendo, de momento, un modelo híbrido que busca satisfacer a todas las partes. Pero, ¿qué podemos esperar a partir de ahí?
Un reciente estudio de Gartner prevé que en 2024, y en Estados Unidos, sólo el 25% de las reuniones serán presenciales. El resto, totalmente online. Otro estudio, también de Gartner, indica que el 74% de empresas adoptará el teletrabajo de forma permanente para algunos de sus empleados. Esto, de nuevo, en Estados Unidos. Aquí posiblemente tardemos un poco más en adoptar los cambios, pero esto ya es irreversible, incluso por un tema de competitividad de costes. Este trabajo desde casa se soporta sobre nuevos sistemas de trabajo y los encuentros del mundo físico vienen sustituidos por reuniones en diferentes formatos, pero siempre con una pantalla de por medio.
Sin embargo, tanta vida online a menudo no es vida. Se habla hace meses de la «fatiga por Zoom», un fenómeno que todos hemos sufrido. Por cierto, se le ha bautizado con Zoom como plataforma líder en videoconferencia que es, pero ocurre exactamente lo mismo con Teams, Meet, Webex, Jitsi o la que sea.
Y es que la conexión continuada con otras personas a través de la pantalla tiene varias contrapartidas. La reconocida revista sobre psicología Techology, Mind and Behaviour ya hablaba hace unos meses de los problemas que puede acarrear la intensidad de comunicación a través de una pantalla. Ante todo, el intenso contacto visual que se produce no es natural. Ni eso ni el tamaño de las caras. En una reunión física vamos cambiando los puntos de mira, tomamos notas o hacemos lo que sea. En un encuentro digital, no. Nos estamos mirando y escudriñando continuamente. Mientras no cambien las plataformas, una solución es rebajar el tamaño de la ventana para que las caras sean más naturales.
Segundo, verse continuamente en la pantalla tampoco es demasiado natural, es como estar todo el día frente a un espejo. Sería mucho más recomendable desactivar nuestra vista si lo único que queremos es enviar la señal de vídeo para el resto.
No menos importante, los procesos cognitivos mejoran si estamos en movimiento. Esto en Apple lo conocían bien, eran famosos los paseos de Steve Jobs para ayudar a pensar o tener una conversación. En cambio, cuando estamos clavados en la silla una hora tras otra, esto se pierde y nuestro cerebro no fluye de la misma manera. Igualmente, la persona que debe comunicar ve su espacio limitado en el ángulo de la cámara, lo que limita radicalmente los movimientos y gesticulaciones necesarios en una presentación. Veremos en el futuro nuevos espacios ya diseñados específicamente para mermar estos efectos. Por ejemplo, algunas de las mejores escuelas de negocio han preparado ya fantásticos espacios donde el profesor tiene total libertad de movimientos.
Por último, la carga cognitiva en las conexiones por vídeo es mucho más alta. En un encuentro físico la comunicación no verbal es bastante natural, todos nosotros realizamos una serie de gesticulaciones de forma no consciente. Pero cuando interviene el vídeo, sobre actuamos para enviar señales y tratar de reforzar nuestro mensaje. Añadimos de forma activa más información al mensaje, lo que acaba provocando una carga cognitiva mucho más alta y, por tanto, mucho más desgaste para todos. Ante esto debemos tratar de combinar las conexiones con minutos de sólo audio y permitir que vayamos abriendo y cerrando cámaras.
No podemos jugar a futurólogos, es un deporte de riesgo. Pero sí sabemos que en menor o mayor medida esto nos afectará, y no de forma lateral o imperceptible. Las videollamadas y reuniones digitales ya forman parte de nuestra rutina, y no desaparecerán. La comunicación a través de una pantalla es mucho más efectiva y competitiva en muchos aspectos. Pero a su vez provoca un desgaste importante a nivel visual, social, emocional y en nuestra motivación. Puede que se rebaje su intensidad, pero ahora ya hemos iniciado el pastel.
Cabe recordar, llegados a este punto, que una idea no vale nada si no sabemos comunicarla. Los cambios de hábitos conllevan adaptación y no siempre se acierta a la primera. Habrá que poner un añadido de atención a todo ello, no dejando a la improvisación de cada uno cómo gestionamos los encuentros en digital.
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por Agustí López | Oct 8, 2021 | Entradas, Estrategia, Indicador Economia, Indicador Economia
[Artículo publicado el 8/10/2021 en el Indicador d’Economia]
Están entre nosotros, mezclados entre la gente normal. Hacen ver que están para ayudar, para colaborar, para echar una mano siempre que hace falta. Pero no, todo es una gran farsa. En realidad han venido a llevar la contraria, a poner todo tipo de palos a las ruedas y encontrar un problema para cada solución. Me refiero a las personas que ponen las cosas difíciles. Porque, quizás no os habéis fijado nunca, pero hay dos tipos de personas. Las que ponen las cosas fáciles y las que se esfuerzan al ponerlas difíciles.
Esto, por ejemplo, se puede comprobar claramente en un viaje. Los viajes son unas ocasiones formidables para poner a prueba una amistad, la pareja o aquel compañero de trabajo tan vivaracho. Como digo, en un viaje se puede hacer la clasificación muy fácilmente. Hay gente que se adapta rápido, que es capaz de aceptar bien la decisión del grupo o que puede improvisar si se necesita. Que sabe que no puede imponer su criterio y que, por el buen funcionamiento del viaje, muchas veces es mejor evitar el conflicto. Y después están los otros, quienes van en contra del grupo constantemente. Que prueban de imponer, de manipular, condicionar y forzar las situaciones. Que si alguien propone algo que no los gusta sacarán 25 inconvenientes antes de que decir de cara, simple y llanamente, que no quieren.
En el trabajo pasa exactamente el mismo. Hay personas que entran en las reuniones con buena cara, sonrisa, conversa de ascensor y un falso compañerismo. Cómo diciendo, yo soy uno de los tuyos. Pero no, todo es falso y enseguida te puedes dar cuenta. Si se quieren cambiar los planes establecidos solo harán que recordar todo el trabajazo que se tiene que hacer, lo importante que es no desviarse de lo previsto y se centrarán en detalles en lugar de principios. Son muy capaces de boicotear cualquier proyecto, en silencio, sin hacer ruido. Sin grandes enfrentamientos ni discusiones que retumben. No, son más efectivos desde una pantalla de ordenador, o junto a la máquina del café, minando la moral poco a poco. Pidiendo atención continua, hablando a espaldas de unos y los otros. Encontrando problemas donde la mayoría solo vería el trabajo rutinario.
Y después está el otra tipo de personas, las que ponen las cosas fáciles. Son también muy fáciles de identificar. Acostumbran a ser más constantes, de esfuerzo permanente y eficaz. No se limitan a hacer lo estricto, sino que se abren a la interpretación. Entienden el cambio como parte del proceso. No escriben grandes leyes en piedra, viven en borradores permanentes. No buscan el conflicto, a pesar de que saben afirmarse cuando hace falta. Si ven algo para resolver, saben que solo es una cuestión de insistencia solucionarlo. Tienen la calma y la seguridad de quien sabe que está por encima.
Identificar bien a qué tipo de persona pertenece cada cual es fundamental para tener un equipo que funcione y no uno que vaya cómo cargando un peso pesado. Necesitamos dar más voz, más protagonismo y reconocimiento a las personas que lo ponen fácil. Que tengan más margen, más decisión y mejor posición en el organigrama. Que se sientan cómodos, como en casa. Que sepan que sus opiniones tienen influencia y son muy consideradas. Nuestras vidas y las de nuestras organizaciones serían todas un poco mejores si en cada próxima reunión todo el mundo lo pone algo más fácil.
Quizás todos hemos sido alguna vez esa persona que todo lo ve oscuro. Puede ser. Pero también podemos cambiar. La próxima vez que estemos a punto de poner palos a las ruedas, paremos un segundo. Pensemos si hay alternativas, si esta actitud ayudará al equipo y valoremos si el silencio podría ser una mejor opción. Más silencio y menos ruido quizás es lo que necesitamos. Dejemos que las buenas voces se escuchen con más fuerza, lo necesitamos con urgencia.
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por Agustí López | Sep 8, 2021 | Entradas, Estrategia, Indicador Economia, Indicador Economia
[Artículo publicado el 7/09/2021 en el Indicador d’Economia]
En el mundo empresarial tenemos una tendencia histórica a intentar prever el futuro. A probar de acertar como nos irá en base a datos históricos, a leer las tendencias como garantía de seguridad. A diseñar planes basados en unos objetivos que, de entrada, deberían ser realistas y alcanzables. En definitiva, a minimizar el riesgo de quiebra, mirando de proteger la organización ante los imprevistos que puedan ir apareciendo. Miramos de rebajar la incertidumbre, aumentamos las probabilidades y dejamos el riesgo bajo mínimos. Que si un competidor nuevo, que si un nuevo y eficaz modelo de negocio, que si una nueva tecnología o una nueva invención. Invertimos, hacemos procedimientos, externalizamos, repetimos hasta la extenuación, conducimos, formamos, aseguramos. Lo que sea con tal de hacernos robustos, fuertes y resistentes.
Pero, ¿y si no fuera posible? ¿Y si mientras hacemos todo esto en realidad nos vamos convirtiendo cada vez en más frágiles? ¿Y si nuestros esfuerzos fueran inútiles y, precisamente, por nuestra protección lo que estamos haciendo en realidad es crear sistemas más expuestos a la volatilidad, la aleatoriedad, el desorden, el estrés y la incertidumbre? Esta es la idea de partida del libro Antifrágil, de Nassim Nicholas Taleb. No es un libro fácil, de lectura ocasional y fugaz. Hay, por ejemplo: filosofía, matemática o economía. De forma que me he guardado su recomendación por el inicio de curso, no fuera caso que, entre bañador y mascarilla, pasase por debajo del radar.
Según su autor, lo frágil no es lo contrario del robusto. Del mismo modo que el contrario de -1 no es 0, sino + 1 (matemáticos, disculpadme), lo contrario de frágil no es robusto, sino antifrágil. Esta, pues, nueva propiedad iría más allá del concepto de robustez. La robustez intenta permanecer igual ante los impactos. En cambio la antifragilidad se beneficia de los cambios bruscos y avanza en la incertidumbre, el azar y los elementos estresantes. Lo robusto resiste, mientras que lo antifrágil mejora ante los impactos.
En esta línea, sabemos que no podemos predecir los hechos extraordinarios que nos pueden afectar. Solo hay que pensar en cómo de sorpresa nos cogió a todos la pandemia, ¿o es que alguien estaba preparado? Ni empresas, ni ciudadanos, ni mucho menos gobernantes supimos prepararnos para algo así. Y es que es poco menos que imposible, no podemos construir sistemas a prueba de todos los riesgos posibles, es inviable.
En cambio, sí podemos crear sistemas que abracen la incertidumbre, el riesgo, el estrés y la volatilidad, justo lo contrario de lo que a menudo hacemos. En la fragilidad los errores son poco habituales pero tienen mucho impacto y son irreversibles. En la antifragilidad, el error es habitual pero reversible además de llevar mucha información para el aprendizaje y, por lo tanto, oportunidad de mejora.
La curiosidad es antifrágil, y los libros, como los cambios, la multiplican. Los Estados son frágiles, toleran muy mal el cambio repentino. Las sociedades más desburocratizadas y descentralizadas son mejor base para la prosperidad. En cambio, el sistema bancario es frágil, un pequeño grupo de ellos puede colapsar el sistema. En cambio Silicon Valley es antifrágil, por ejemplo. Los emprendedores son antifrágiles, igual que los artistas. Están acostumbrados a adaptarse constantemente al entorno para sobrevivir. Si algo no va, deben cambiar rápidamente si quieren seguir en el mercado.
Intentar protegernos, eliminar el riesgo, es como hacer que un niño no vaya nunca al parque por miedo a los accidentes. Esto aumenta, sin duda, su fragilidad. Por lo tanto, no se trata tanto de prever hasta la última coma qué puede suceder en el futuro inmediato y cómo prepararnos. Se trata más de tener capacidad adaptativa para poder sobrevivir a los futuros acontecimientos.
Los procesos de innovación dependen directamente del pensamiento antifrágil, y a su vez, la fragilidad de algunos proyectos es lo que hace que el sistema siga siendo antifrágil. En lo que nos queda de vida viviremos cambios cada vez más gordos, más rápidos y más imprevistos. De forma que será mejor que nos preparemos para lo que viene, nos expongamos menos a la fragilidad e intentemos todos ser más antifrágiles.
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por Agustí López | Ago 5, 2021 | Entradas, Estrategia, Indicador Economia, Indicador Economia
[Artículo publicado el 4/08/2021 en el Indicador d’Economia]
Entre contagios, incendios y deportes ha habido una noticia que ha pasado desapercibida, por debajo del radar. Por primera vez (en España) Internet ha superado en audiencia a la televisión. Ya está, ya pasó. Se veía de lejos, hace años que tenía que pasar y ya lo tenemos aquí.
Internet tiene una penetración en la población ya del 84%, por encima de la televisión. Por supuesto aún más atrás queda la publicidad exterior, las revistas, las radios, la prensa (ay, la prensa) o el cine. Es decir, hay más personas que tienen acceso a Internet que cualquier otro medio.
No es sólo el cambio que ha provocado, sino la velocidad del mismo. Mientras la televisión necesitó 13 años para alcanzar 50 millones de hogares Internet lo consiguió en 3 años. Pero es que Facebook lo hizo en tan sólo un año y Twitter en 9 meses. Se cree que en el mundo hay más de 400 millones de blogs activos, la gran mayoría de ellos páginas personales. La Wikipedia, lo que muchos consultamos continuamente, acumula más de 6.000.000 de entradas, un número 50 veces superior a la reconocida Encyclopedia Britannica. Whatsapp, una de las plataformas más intrusivas que hemos inventado, envía cada día más de 100.000.000.000 de mensajes, que se dice rápido.
Es una evidencia que ya se vislumbraba en la ola que denominamos 2.0, hace algo más de una década. Aquello, que por momentos parecía una revolución, lo ha cambiado todo. Ha cambiado la forma de comunicarnos y muchísimos detalles de nuestra vida cotidiana. Y ha pasado, entre otras cosas, porque diferentes tecnologías convergieron a la vez. Por ejemplo, la capacidad de almacenar en poco espacio y la velocidad de conexión. ¿Os acordáis de los primeros ipods? ¿Del ADSL y la RDSI? Pues hoy los Airpods, sólo uno de los productos de Apple, ya facturan más que, por ejemplo, empresas como Spotify o Uber. Y se utilizan mayoritariamente para escuchar música en streaming, algo impensable tan sólo hace unos años.
Pero esta ola ya ha pasado y ahora estamos viviendo la resaca. Tan maravillosa como inquietante y llena de riesgos y amenazas. La privacidad, el aislamiento o el acceso a la pornografía deberán estar más presentes en el debate público. Y mucho me temo que como en tantas cosas, vamos tarde para variar.
Y la cosa curiosa es que ahora apenas estamos al inicio de otra ola aún más bestia que ocupará nuestra atención la próxima década. Y es que volvemos a estar ante una tormenta perfecta con una serie de tecnologías que están convergiendo mientras leemos esto. Me refiero, como no, a la inteligencia artificial, la robótica, la Internet de las cosas (IOT) o el Big Data. Parece ciencia ficción, pero no lo es. Muchas de estas tecnologías ya están presentes entre nosotros y ni nos damos cuenta.
Los algoritmos de resultados están llenos, al igual que las recomendaciones personalizadas de según qué plataformas o la capacidad de predecir comportamientos y por tanto rehacer la oferta comercial de forma dinámica y en tiempo real. Cuando le hacemos preguntas a Siri o en Alexa, cuando jugamos a parecer viejos en una aplicación del móvil, los contenidos que nos enseña Facebook, el predictivo de Google o la información que da Google Maps son sólo algunos ejemplos. Y a cada paso que damos las posibilidades se multiplican, como en un juego infinito, una historia abierta con mil finales.
Si miramos lo que ha pasado en los últimos 10 años da un cierto vértigo. Y si os ha parecido que, llegados aquí, el cambio es demasiado rápido, cuidado. Hazte el cinturón porque este bólido solo acaba de poner la primera marcha.
China, con sus 12 súperclústers innovadores, está invirtiendo 378.000 millones en I+D. Biden acaba de poner en marcha un súper plan de 325.000 millones para cambiar la orientación de la economía. Y mientras tanto Europa está entretenida con los fondos Next Generation: 390.000 para subvenciones y 360.000 para préstamos. Quizás es la última oportunidad que tenemos de no perder el tren y la cosa no pinta bien de momento. Entre 2014 y 2020 España sólo aprovechó el 40% de los fondos europeos a los que tenía derecho. Alerta.
Vamos hacia un reinicio radical, que puede ser tan tecnológico como desigual y socialmente injusto. La moneda está en el aire y más vale que cuando caiga lo haga de cara al planeta, porque de lo contrario no quedará nada para gestionar.
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